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Azores, el embrujo de un archipiélago
Enric Ribera Gabandé   El archipiélago de las Azores da la sensación desde la distancia que es un conjunto de islas perdidas en medio del Océano Atlántico. Y, realmente, lo es. Aunque en ningún momento podemos ni debemos pensar que están “tiradas” en medio de la inmensidad de las aguas marinas. Nada de nada. Las Azores, en un total de 9 islas, están diseminadas por esta zona atlántica, y son pequeñas porciones de tierra que destilan vida, belleza, embrujo, plástica, naturaleza y una interesante historia escrita en el libro de la vida contemporánea que recorre el camino entre Europa y América.
La isla de Pico, que toma nombre de su cima, es el punto más alto de todo el archipiélago de las Azores; tiene 2.351 metros. Pico es un jardín botánico, donde las hortensias visten sus prados y montañas, aportando color, especialmente el azul a todo el paisaje. Pico, al igual que las demás de las Azores, a excepción de Flores y Corvo, son de origen volcánico, con su piel de lava, oscura, quemada, pero que ha marcado el carácter de la gente a lo largo de los tiempos.
Sorprende de Pico su vino blanco, elaborado con uva de Verdelho, y el tinto, con Cybell. La utilización de tecnología punta, le confiere una personalidad debido a que el mosto fermenta a una temperatura controlada. Están en perfecta armonía en la mesa para regar un ramillete de platos autóctonos del lugar basados en los frutos del mar, como el pargo, el atún y las lapas.
Recorriendo los caminos y pequeñas carreteras de Pico, el viajero se topa con miradores que son únicos, de gran belleza, donde el Atlántico, inmenso y poderoso, hace estimar a las Azores. En el trazado se encuentran bellas iglesias de estilo neoclásico salpicadas con toques románicos y barrocos.
Säo Jorge es la isla del deporte del parapente por excelencia. También de la pesca deportiva, el ciclismo de montaña y el senderismo. Desde el mes de abril y hasta octubre, Säo Jorge es una maravilla de la naturaleza; flores y más flores…Durante el mes de julio es cuando los campos y prados tienen un color más bonito. Visten a la isla con elegancia. Dan vida a su paisaje y la caracterizan con una ambientación de fiesta.
Säo Jorge presume de contar con un ramillete de iglesias, como la que lleva el nombre de la isla, Jäo Jorge, que quedó destruida en el año 1808 a causa de entrar en erupción su volcán; también la iglesia de Santa Caterina, en la población de Caleta, la de Santa Caterina, de Ribera Seca, y la de Santa Bárbara.
Graciosa es una isla muy pequeñita. Tan solo cuenta con poco más de 5.000 habitantes. Es, posiblemente, la más verde de todas. Su clima es envidiable. En invierno oscila entre los 14º y 15º, y en verano, entre los 24º y 26º. Es la eterna primavera, y la botánica es exuberante, con un paisaje luciendo el predominante color de las hortensias y las rosas durante una gran parte del año. La gente del lugar es muy hospitalaria, abre las puertas de par en par al visitante.
Graciosa cuenta con una infinidad de casas típicas de payés, con un histórico regusto a pueblo librado a la agricultura. Adjunto a las casas de campo, siempre hay un secador de maíz, que normalmente tiene la forma de “v” invertida. Visita obligada es a la plaza de toros. Está ubicada en el cráter de un pequeño volcán. Cada mes de agosto organizan actos festivos en torno a los toros, aunque en ningún momento los llegan a sacrificar. Vivir un momento de glamur en Graciosa es durante el Carnaval. Toda la isla es una fiesta. Todo el mundo participa. Todos dan un colorido impresionante a las calles.
Recorrer los caminos, caminitos y carreteras de la isla de Flores es disfrutar de los accidentados prados y montañas, de las caprichosas cascadas de agua que desde las alturas se precipitan hasta el pie de éstos, dibujando en su trayecto increíbles y caprichosas figuras.
Flores viste el color verde infinito. Éste nunca desaparece. Su piel es verde durante todo el año. Al igual que Corvo, está situada en la placa teutónica americana. Disfruta de unos privilegiados miradores panorámicos desde donde se divisan unas vistas únicas del paisaje y del océano. Es, también, un punto privilegiado para la pesca submarina y los deportes marinos.
En Flores, al igual que el resto de las islas, Santa María, San Miguel, Corvo, Terceira, Faial, Säo Jorge, Graciosa y Pico, el tiempo no cuenta. La mejor propuesta para moverse por ellas es alquilar en cada isla un pequeño coche (pequeño, por aquello de que todo es pequeño en ellas, hasta las carreteras y caminos) y recorrer poco a poco los diferentes pueblecitos y casas de payés conversando y enriqueciéndose de la cultura de su gente, que se muestra siempre muy amable y receptiva.
Enric Ribera Gabandé
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