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Los judíos vuelven a Auschwitz
Enric Ribera Gabandé Catorce meses después de visitar los campos nazis de concentración, trabajos forzados y exterminio de Auschwitz I y Birkenau he vuelto a él en un viaje turístico por las dos Polonías: la mayor y la menor. El impacto que representó la visita de junio de 2006 se ha renovado nuevamente en el 2007. Todo se ha repetido, o practicamente todo, menos un hecho que raya la morbosidad: Auschwitz estaba, en esta ocasión, caracterizado por una “invasión” de jóvenes judíos venidos de diferentes puntos de Israel en visita cultural-histórica-turística (no hay que olvidar que las enseñanzas escolares de los simitas obligan a los alumnos a realizar una visita a Auschwitz, como mínimo una vez en la vida).
Resultaba -como he apuntado- morboso ver ondear las banderas azulblancas con la inserción de la estrella de David que portaban en las manos. Muchos eran éstos los que se encontraban en lo que fue el Holocausto europeo de los judíos, punto donde llegaron las SS nazis de Hitler a exterminar más de un millón de sus ciudadanos.
La macabra representación y testimonios que se presencian, junto a imágenes de los judíos que llegaron a los dos campos nazis, resulta escalofriante: pone la carne de gallina. El odio cosechado durante la visita, unido a lo que les inculcan en la escuela a los chicos conduce –habitualmente- a éstos a realizar en su estancia en Polonía actos violentos que van desde destrozar habitaciones e instalaciones hoteleras que, después, corren con los gastos, a otras malechuras e insultos a los polacos, calificándolos a éstos de “basura” humana. Esta información, naturalmente, tiene su fuente en técnicos turísticos del país, que afirman que incluso algunos hoteles se niegan a recibir como clientes a grupos de procedencia judía.
Polonía, dicen los simitas, es su país, y por lo tanto hacen con él lo que les viene en gana, como lo hacen cada año en Auschwitz en el mes de abril cuando celebran –a puerta cerrada- la peregrinación de los vivos, que sirve como una simbólica “conquista” del país donde vivieron y murieron.
La historia se repite, aunque sea por unas horas.
Raíces atraen.
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