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Magritte y Valonia: recuerdos enterrados y complicidades surrealistas
La casa que ocupaba la familia en la región de Charleroi, un caserón construido por el padre al estilo art nouveau, ha permanecido intacta y puede visitarse Aunque es cierto que la obra de Magritte se elaboró enteramente en Bruselas a partir de los años 20, conserva huellas innegables de la adolescencia del pintor en la privincia valona de Henao: todos convienen en ver, en los rostros cubiertos por un velo que pintó en el 28, el recuerdo de su madre a quien se halló ahogada en 1912, con el rostro cubierto por un camisón. La casa que ocupaba antes la familia en la región de Charleroi, un caserón construido por el padre al estilo art nouveau, ha permanecido intacta y puede visitarse.
Unos meses después de la tragedia, Magritte pasa una temporada en casa de su abuela paterna, en Soignies. En el antiguo cementerio vecino, un jardín público con un encanto inusual en el que se cruzan aún los amantes de la tranquilidad, conoce a Emilie. Ella tiene 15 años. Él 14. Cuenta: «Durante mi infancia, me gustaba jugar con una niña, en el viejo cementerio abandonado de una pequeña ciudad de provincias. Visitábamos las criptas subterráneas (…) y volvíamos a subir a la luz, donde un artista pintor, llegado de la capital, pintaba en un paseo del cementerio (…). El arte de la pintura me parecía entonces vagamente mágico y el pintor alguien dotado de poderes superiores.»
Ahí también su abuela rememora la historia de un extraño inquilino que había pedido que lo enterrasen con su bombín…
Instalado en la capital, Magritte mantuvo con la Valonia de su infancia, su adolescencia, vínculos familiares y poéticos evocados en los textos de su amigo el poeta Scutenaire: varias estancias le llevarán cerca de Charleroi, con la familia de su esposa.
ACTIVIDADES SURREALISTAS
Sin embargo, lo que sobre todo le llevará a recorrer el sur del país, son las actividades surrealistas en La Louvière y Mons, donde conoce al poeta Achille Chavée o a Armand Simon, cuyos numerosos dibujos presentes en las colecciones del Museo de Bellas Artes, en Mons, y de la provincia de Henao traducen los abismos insondables del inconsciente. O al fotógrafo Marcel Lefrancq a quien se le ha dedicado una sala del Museo de la Fotografía de Charleroi.
Esta obra desconocida es «perfectamente representativa de las distintas tendencias de la fotografía surrealista de los años 40-50.» Finalmente, en el año 57, realiza una pintura mural en el Palacio de Bellas Artes de Charleroi, El hada ignorante, que decora a partir de ese instante la sala de congresos. Óleo sobre tela, se extiende en 52 x 330 cm y reúne varios temas significativos para el pintor: el busto de una mujer que parece petrificada, una paloma sobre el hombro, ocupa una situación central. En un último plano deja ver los árboles en forma de hoja, un pez, un tronco desgarrado con raíces vigorosas, una nube frondosa, una mansión insólita y un cascabel en una distribución misteriosa.
Seguramente, la obra del más conocido pintor belga se alimentó de lugares y acontecimientos que le rodearon los veinte primeros años de su vida en Henao. Se extendió con toda complicidad en compañía de los actores de la aventura atípica del surrealismo en la Valonia.
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